Esta semana nos vamos despidiendo de la vida nocturna. Y con
eso me refiero a estas noches largas y silenciosas que he tenido para leer y escribir,
las horas tardías de soledad agradable, los momentos de silencio y sosiego. La
semana que viene volveremos a un ritmo de vida menos bohemio y nos juntaremos a
las grandes masas medio dormidas que pululan en el metro por la mañana.
Este cambio de horario no estará mal del todo dado que,
queramos o no, la sociedad funciona por las necesidades de la mayoría. Quien se
acueste a las seis de la mañana y se despierte a las cuatro de la tarde queda
un poco a la margen, es así. Y la luz solar… los de mi especie no
la aprovechamos lo mucho que podríamos, lo que quizá deberíamos. Tampoco podemos
disfrutar de la viva alegría que siente la mayoría al terminar la semana de trabajo, por ejemplo.
De hecho, una de las cosas más agradables que supondrá este cambio es ser una más, pertenecer a las grandes masas
y a todas sus manifestaciones correspondientes. Echaré de menos mi posición privilegiada en cuanto a la
libertad de horario se refiere pero daré una cálida bienvenida a una nueva vida
más rutinaria. ¡Quién lo iba a decir pero que hasta de la libertad se puede
cansar una!
Para quien esto suene a que empiece a trabajar en una mina o
parecido le avisamos que toda esta vuelta a la vida rutinaria no es más que
tener la gran suerte de poder empezar a hacer algo que realmente me guste y que
me satisfaga. Tener que sacrificar las noches por ello parece un precio más que
razonable.
Las musas nocturnas se cambiarán por los rayos de
sol, de momento. ¡Y qué ganas tengo, oigan!
imagen: ni idea, como de costumbre.
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